Una casa en medio de la nada, rodeada por un inmenso bosque y un lago de aguas cristalinas. En la casa, en una pequeña habitación con dos enormes ventanales desde los que se ven, por un lado, un ejército de árboles milenarios y por el otro, las aguas cristalinas del lago, un hombre se encuentra frente a una gran chimenea de piedra. Desde pequeño siempre le gustaron y atrajeron las chimeneas; recuerda que en casa de su tío había una, en invierno le gustaba mirar cómo las maderas ardían y en verano, durante su infancia le gustaba jugar con sus muñecos delante de la misma, imaginándose que la chimenea era una enorme fortaleza.
El hombre se encuentra tumbado en un sofá, en compañía de un buen amigo que ha estado a su lado desde hace muchos años, su perro, un golden retriever que adoptó en una perrera cuando sólo era un cachorrillo. Al lado del sofá una mesa baja rectangular en la que se encuentra su móvil, un portátil, una pequeña libreta, una taza de chocolate caliente y una pipa; él nunca ha fumado pero siempre le ha gustado el olor del tabaco de pipa, al igual que a ella, que fue quien le regalo esa pipa que ahora permanece apagada sobre la mesa y que le acompaña allá donde va. El teléfono y el portátil son su único lazo de unión con la civilización, junto con su coche, un viejo jeep completamente renovado que recuerda a los utilizados en la segunda guerra mundial , con el que siempre soñó desde niño, que se encuentra en el pequeño garaje al lado de la casa y que sólo utiliza cuando las provisiones se agotan o alguno de sus amigos o familiares reclama su presencia, pero ante todo evita salir de su escondite desde hace muchos años.
Otra fiel compañía del hombre es su libreta, muchos de los estantes que tiene en la habitación y algún otro que tiene por la casa se encuentran llenos de pequeñas libretas en las que ha ido apuntando frases, pensamientos y recuerdos que han pasado por su cabeza en algún momento; hace muchísimo tiempo que empezó a escribir todo lo que pasaba por su cabeza. Ante el fuego y con su libreta en la mano recuerda que fue lo que le llevó a huir del resto del mundo, lo que le llevó a esconderse de las personas que quería, de sus amigos y de todo. La recuerda a ella, la mujer a la que sigue amando con más fuerza si cabe, a pesar de que nada sabe de ella, sólo lo que en ocasiones le cuentan sus amigos. Nunca ha podido olvidarla y muchísimo menos dejar de amarla. Su corazón era sólo de ella, nadie más logró alcanzar nunca esa parte de su cuerpo ni ese rincón de su alma, en el que toda su felicidad, toda su vida, era ella. El sabe que se equivocó, pero nunca dejó de pelear por ella, por lo que sentía por ella, por redimir su error, por demostrarle que ella era, es y será lo más importante en su vida, ella era su sueño, su ilusión, su deseo, ella era todo, todo… pero ella nunca le perdonó, nunca apreció sus esfuerzos por recuperarla, nunca vio como día tras día le demostraba que podrían estar juntos siempre y que él nunca la dejaría sola y la apoyaría en todo lo que ella decidiera embarcarse. Nadie la conocía como él la conocía, ella nunca vio lo que de verdad significaba para él y lo que él sentía de verdad por ella.
Él nunca dejaría de sentir ese dolor que le oprimía el corazón y el alma. Nunca consiguió dejar de sentirse solo, aún cuando se encontraba con sus viejos y queridos amigos, a él nunca le gustó estar ni sentirse solo, pero ese fue el castigo autoimpuesto por perder a la mujer de su vida. Él sabía que nada ni nadie haría que todo lo que vivió con ella desapareciera de su cabeza, sabía que cada momento vivido con ella era único e irrepetible y que con nadie más se sentiría como siempre se había sentido con ella. Su corazón ya no le pertenecía hacia muchísimo tiempo, no le pertenecía desde que la conoció, sabía que ese hueco que se había quedado vacío en su vida y en su alma sólo era de ella y nada ni nadie conseguiría llenarlo ni tan siquiera ocuparlo.
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